El Asedio de Baler 1898
Reserva el juego sin compromiso y dale un impulso a su publicación.
En desarrollo
Mayo de 1899:
Tras varios días de disparos y cañonazos, una granada impactó el día 8 contra el baptisterio, abriendo un hueco en la pared. Los tres prisioneros que allí se encontraban quedaban sepultados bajo escombros, pudiendo ser rescatados y curados. Posteriormente, mientras se reparaban los daños del muro del baptisterio y toda la tropa se encontraba en el patio para recibir el rancho, el prisionero Alcaide se las apañó para aflojar sus grilletes y escapar por el hueco que aún no había sido tapado en su totalidad. Los otros dos prisioneros, Toca y Menache, habían conseguido aflojar sus grilletes pero no lo suficiente como para poder escapar.
El día 12, fallecía el soldado Salvador Santamaría por herida de arma de fuego, días después, el 19, fallecía el soldado Marcos José Pestana a causa de la disentería, último muerto de los españoles sitiados.
Los españoles trataban de reparar las zonas dañadas de la iglesia, sobre todo el campanario, que era imprescindible para la vigilancia y defensa de la posición. Al mismo tiempo, los filipinos aprovechaban para ampliar sus trincheras.
El día 29, los españoles se percataron que, durante la noche, los sitiadores habían abierto agujeros a modo de aspilleras en los muros del patio con el objetivo de disparar a los defensores que intentasen acercarse al pozo para recoger agua. Martín pensó que Alcaide, tras desertar, le habría dicho al enemigo que sin acceso al agua del pozo que habían construido en el patio desde los inicios del asedio, los españoles tendrían los días contados. Dada la gravedad del asunto, Martín ordenó tapar esos huecos, lo que se logró en una arriesgada acción, obligando a huir a los filipinos, a los que causaron dos muertos y varios heridos. Mientras tanto, llegaba el vapor español Uranus a la ensenada de Baler.
A bordo del Uranus llegaban el teniente coronel del Estado Mayor Cristóbal Aguilar, el sargento Juan Caro y diez soldados. Todos fueron conducidos al cuartel general de los filipinos.
Aguilar, vistiendo su uniforme, se presentaba ante la iglesia para parlamentar. Ante la desconfianza de Martín después de tantos intentos de engaño, quedaron en que, a la hora acordada del siguiente día, lanzarían desde los Confites (una zona visible desde el campanario) dos cañonazos desde el barco para así cerciorarse de que podría ser un enviado oficial y no, como podían sospechar los defensores, otro farsante.
El día 30, los españoles esperaban desde el campanario que el Uranus apareciera y cumpliera con lo acordado, pero Aguilar llegaba tarde a la cita, ya que habían perdido la barca para poder regresar al barco y tuvieron que pasar la noche en la costa a la intemperie. Cuando el Uranus apareció en escena Martín creyó ver un barco falso que había sido construido de madera y nipa. Lo más increíble es que todos los defensores creyeron ver lo mismo.
Aguilar volvió a la iglesia para parlamentar. Ante el escepticismo de Martín, dejó un puñado de periódicos que traía con él y se dispuso a marchar a Manila.
Justo tras la partida de Aguilar, Martín, Vigil y los dos frailes comenzaron a leer y revisar los periódicos. Martín seguía creyendo que el enemigo continuaba mandándoles periódicos falsificados.
El día 31, Martín comunicaba al destacamento su plan de salir de la iglesia durante la noche para intentar llegar hasta Manila, pues la situación del destacamento era desesperada.
Junio de 1899:
El día 1, todo estaba preparado para la salida, pero Martín todavía tenía que decidir qué hacer con los dos presos. Dejarlos atrás suponía un riesgo, puesto que podrían desvelar información importante a los sitiadores, mientras que llevarlos consigo podría ocasionarles problemas y poner en peligro al resto del destacamento. Finalmente, Martín, tras intentar convencerlos de que colaborasen y recibir insultos e intentos de agresión por parte de los prisioneros, decidió fusilarlos. No obstante, debido a la claridad de la noche, el jefe español decidió posponer la salida al siguiente día.
El día 2, Martín comenzó a releer los periódicos una vez más esperando a que llegase la noche. Mientras leía el periódico La Correspondencia Militar, reconoció el nombre de un compañero al que conocía en la sección de “Movimientos del Personal” , donde se podía leer que el militar español Francisco Díaz Navarro era trasladado a la Reserva de Málaga. Martín se daba cuenta así de que el periódico era auténtico pues ambos militares habían sido compañeros en el Regimiento de Infantería Borbón, siendo destinados uno a Cuba y el otro en Filipinas. Díaz le había contado que su deseo, al acabar la guerra, era el de ser destinado a Málaga donde vivían su familia y novia. Resultaba evidente que los filipinos no podrían estar al tanto de tales hechos, por lo que no podrían falsificar una noticia como esa.
Martín expuso al destacamento la situación, ahora, la cuestión era decidir entre la rendición o la fuga. Finalmente, los españoles tocaban corneta para entablar parlamento de capitulación, los filipinos no daban crédito a lo que estaba ocurriendo.
El acta de capitulación fue firmado ese mismo día 2 de junio de 1899, tras 337 días de asedio.
ACTA.- En Baler a los dos días del mes de junio de mil ochocientos noventa y nueve, el 2.º Teniente Comandante del Destacamento Español, don Saturnino Martín Cerezo, ordenó al corneta que tocase atención y llamada: izando bandera blanca en señal de capitulación, siendo contestado acto seguido por el corneta de la columna sitiadora. Y reunidos los Jefes y Oficiales de ambas fuerzas transigieron en las condiciones siguientes:
Primera.-Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes beligerantes.
Segunda.-Los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también los equipos de guerra y demás efectos pertenecientes al Gobierno Español.
Tercera.-La fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañadas por las fuerzas republicanas a donde se encuentren fuerzas españolas o lugar seguro para poderse incorporar a ellas.
Cuarta.-Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a las personas.- Y para los fines a que haya lugar, se levanta la presente acta por duplicado, firmándola los señores siguientes: El Teniente Coronel Jefe de la columna sitiadora, Simón Terson- El Comandante, Nemesio Bartolomé.-Capitán, Francisco T. Ponce-Segundo Teniente Comandante de la fuerza sitiada, Saturnino Martín.-El Médico; Rogelio Vigil.
Aquellos héroes de Baler acabaron capitulando, pero bajo los términos más honrosos posibles. Demostraron al mundo que habían llevado a cabo una gesta increíble, tanto así, que el mismo Aguinaldo lo dejó patente en un decreto que hizo las veces de salvoconducto para que los supervivientes consiguiesen llegar primero a Manila, tras casi un mes de penosa travesía la mayor parte del tiempo a pie, y, más tarde, a la Patria.
«Habiéndose hecho acreedoras á la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su Bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares, é interpretando los sentimientos del Ejército de esta República, que bizarramente les ha combatido; á propuesta de mi Secretario de Guerra, y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno. Vengo en disponer lo siguiente: Artículo único. Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveerá, por la Capitanía General, de los pases necesarios para que puedan regresar á su país».
Un final épico para una historia no menos épica. Gracias por la entrada, Jose.
Muchas gracias Christian por seguir la serie de entradas históricas sobre Baler. Un abrazo!