Tributo de Sangre
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Antecedentes: el Protectorado de Marruecos.
El interés colonial español por Marruecos se remonta a mediados del siglo XIX, a modo de emulación de la política de expansión militar francesa en el Norte de África, y con el deseo de llevarse una parte del pastel en el reparto del continente. Conscientes de la ausencia de una política exterior en el Mediterráneo musulmán, los sectores colonialistas españoles apoyaron una penetración pacífica en Marruecos después del abandono de Cuba en 1898.
El Tratado de Algeciras fue firmado el 7 de abril de 1906 por los representantes de España, Alemania, Francia y Reino Unido. Según este acta, España y Francia se reparten el Protectorado marroquí: Francia se adjudica la administración de los amplios y ricos territorios del sur, y a España le corresponde la delgada franja norte, designada como Marruecos español.
No obstante, hasta 1912 no se establece oficialmente el Protectorado español en Marruecos. Se trata en realidad de una especie de «subprotectorado», consistente en ceder a España la administración de unos territorios escasamente civilizados y con escasos recursos naturales. El sultanato en su conjunto quedó ese mismo año bajo dominación francesa, merced al Tratado de Fez.
En virtud de este último Tratado, Francia cede a España la administración de unos 20.000 km², que incluyen la región montañosa del Rif. Tanto en la parte española como en la francesa, el poder político, económico y militar se ponen en manos de las autoridades de la potencia protectora y de un número creciente de colonos europeos que intervienen activamente en la política colonial. El sultán se mantiene simbólicamente como máxima autoridad marroquí: firma las leyes del protectorado y es representado en la zona española por un vicario o jalifa.
El territorio y la población del Rif.
El Rif era una zona totalmente atomizada, en la que apenas existían núcleos urbanos. Los rifeños vivían en casas de madera y piedra, dedicados a la agricultura y la ganadería de subsistencia en micro explotaciones familiares. Cada comunidad local estaba formada por casas individuales muy dispersas.
La sociedad rifeña se dividía en decenas de tribus que ocupaban un determinado territorio (cabila) Sin embargo, las facciones constituían las auténticas unidades políticas de la sociedad. En cada cabila existían facciones cuyos lazos de unión eran la existencia de un enemigo común, en base a la venganza, conformando un sistema extremadamente inclinado a los enfrentamientos y a la violencia.
El rifeño tenía un sentimiento patriótico particular. Muy independiente por propia naturaleza, su espíritu guerrero nacía de su amor a la independencia para vivir de acuerdo con sus propias normas. Esta sociedad totalmente armada, conocedora del terreno, habituada al combate y con un tremendo interés por mantener su independencia, fue la que encontró España cuando inició su labor interventora.
En el suelo del Rif existían gran cantidad de recursos minerales. Sin embargo, esa realidad en muchos momentos se sobredimensionó. A partir de 1907, aparecieron los negocios mineros en Marruecos, y los empresarios españoles acometieron el asalto a las explotaciones mineras rifeñas. Un ejemplo fue la familia Echevarrieta, que constituyó uno de los «clanes» más poderosos de la elite empresarial vizcaína y española desde mediados del siglo XIX.
Control policial y militar del territorio.
El control del territorio por la autoridad española se desarrolló con una estrategia mixta: administrativa y militar.
– La estrategia administrativa consistió en establecer varios puestos de policía en cada cabila, creando cuerpos (mías) integrados por grupos de pobladores indígenas, a quienes se les proporcionaba cierta instrucción y una dotación de fusiles para hacer guardar el orden en nombre del Sultán.
– La estrategia de ocupación militar consistía en establecer campamentos de “cabecera”, que funcionaban como centros de reclutamiento de tropas indígenas (harcas amigas), así como de acantonamiento y almacenamiento de armas, municiones y víveres.
Desde estos campamentos partían las columnas, con destino a las zonas de despliegue. También desde ellos salían, de manera periódica y regular, los convoyes de abastecimiento y relevo de tropas destinados a las pequeñas guarniciones.
En enero de 1920, el Gobierno español nombra al General Fernández Silvestre para el mando de la Comandancia General de Melilla. Silvestre, un enérgico veterano de la Guerra de Cuba, estaba obsesionado por la conquista de la Bahía de Alhucemas, y decidió preparar ese objetivo emprendiendo una ambiciosa Campaña de ocupación a través del Rif, que poco más tarde se demostraría temeraria.
El Ejército español intenta controlar el territorio mediante la construcción de pequeños fuertes o blocaos, construidos en lugares elevados y distantes hasta 30 km entre sí. Los blocaos rara vez tienen acceso al agua, lo que obliga a los soldados a organizar convoyes diarios de varios kilómetros a lomos de mulas. Se convierten entonces en blanco fácil de los francotiradores o “pacos”: así se denominaba a los rebeldes rifeños, por el ruido (“Pac”) que producía la percusión de sus fusiles.
De este modo, un masa improvisada y mal armada de guerreros (en su mayoría, ganaderos o granjeros), sin apenas artillería y con escasas ametralladoras, consigue prácticamente derrotar a un ejército convencional europeo, mucho más avanzado y con mejores pertrechos. Los rifeños tienen a su favor el conocimiento del terreno, tremendamente accidentado, y la motivación por conseguir un botín. Pero su principal baza fue enfrentarse a un Ejército desmotivado, desorganizado y corrupto, formado por soldados de reemplazo asustados y deseosos de volver a sus casas.
Esta rémora solo comenzó a solucionarse a partir de la creación de un cuerpo militar más profesional y combativo: la Legión Española, creada a imagen y semejanza de la Legión Extranjera Francesa. La organización del ejército rifeño, por otro lado, será considerada una de las fuentes de la teoría de la guerra de guerrillas, revisada y recuperada en distintos conflictos a lo largo del siglo XX.
En los enfrentamientos que siguen al Desastre de Annual (julio/agosto de 1921), el ejército de Abd el-Krim consigue arrinconar a las tropas españolas, y está a punto de asediar Melilla. Tras el desembarco de la Legión y de numerosas tropas procedentes de la península, en septiembre se inició una dura contraofensiva que permitió recuperar parte del territorio perdido, hasta que en enero de 1922 se recuperó Dar Drius, y la línea divisoria del río Kert. Las poblaciones de Nador, Zeluán y Monte Arruit fueron reconquistadas, y los soldados contemplaron horrorizados los cadáveres aún insepultos de las víctimas del desastre. Las muertes en combates y saqueos alcanzaron una cifra cercana a los 10.000 soldados españoles.
Abd el-Krim, por su parte, se proclamó sultán de Marruecos, pero no fue reconocido por los jeques de la zona francesa.
Una guerra inútil, costosa y sangrienta.
La guerra de Marruecos provocó importantes conflictos en la sociedad española del momento. Era del dominio público la pobreza del Rif, y muchos no comprendían la pertinencia de una guerra tan sangrienta y onerosa, sólo por una cuestión de honor castrense. Más aún, cuando los jóvenes pudientes y de las clases medias, conseguían librarse del servicio militar pagando a alguien para que fuera en su lugar, o mediante redención a cambio de una cantidad económica.
Este sistema se sustituyó en 1912 mediante el sistema de cuota, que permitía hacer un servicio militar reducido y en el regimiento de su elección, a cambio de un pago de 1.000 pesetas. Esto reforzaba la idea de que los hijos de los pobres eran enviados a morir a Marruecos (“tributo de sangre”) No obstante, hubo hijos de la nobleza y alta burguesía que, como oficiales de complemento voluntarios, también participaron en la guerra.
La “autopsia” del Desastre: El Informe Picasso.
El desastre de Annual tuvo también importantes consecuencias. El ministro de la Guerra ordenó la creación de una comisión de investigación, dirigida por el General Picasso, que elaboró el informe conocido como Expediente Picasso, en el que se señalaban múltiples errores militares. Sin embargo, debido a la acción obstructiva de algunos ministros y jueces, no se llegó al fondo de las responsabilidades políticas e incluso del propio rey, que según algunos había animado la penetración irresponsable del general Silvestre hasta puntos alejados de Melilla, sin contar con una defensa adecuada en la retaguardia.
Antes de que el informe Picasso se debatiera en las Cortes, el General Primo de Rivera dio un golpe de Estado el 13 de septiembre de 1923, iniciándose una dictadura que enterró las responsabilidades de muchos mandos. A pesar de este pacto de silencio, esta crisis fue una más de las muchas que socavaron los cimientos de la monarquía de Alfonso XIII, y que en la década siguiente habrían de provocar su caída.
Bibliografía:
- A cien años de Annual (La Guerra de Marruecos); Daniel Macías Fernández – Julio Albi de la Cuesta.
- Marruecos: las etapas de la pacificación; Manuel Goded
- Entorno a Annual; Julio Albi de la Cuesta
- El Desastre de Annual (Revista Desperta Ferro, ejemplar nº 30)
- El Desastre de Annual (el Protectorado y la Guerra de Marruecos); Roberto Blanco, González Claver)
- El Desastre de Annual (Los españoles que lucharon en África); Gerardo Muñoz Lorente.
- Morir en África (La epopeya de los soldados españoles en el Desastre de Annual); Luis Miguel Francisco.
- España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada; M. R. Madariaga.
- La retirada de Annual y el asedio de Monte Arruit; Luis Rodriguez de Viguri y Seoane.
- Intrahistoria del desastre de Annual; Rafael A. Contreras Fernández
- Expediente Picasso (Resumen publicado en 1931); Biblioteca Central Militar
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