El Asedio de Baler 1898
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En desarrollo
Agosto de 1898:
El agotamiento físico y psicológico comenzaba a hacer mella en el destacamento español. El día 3, poco después de participar en una trifulca con otro compañero debido a una deuda de juego, el soldado Jaime Caldentey desertaba mientras se encontraba en su puesto de vigilancia. La información era crucial. Un desertor podía desvelar todos los puntos débiles de la defensa, información sobre los turnos de las guardias, el estado de la munición, los suministros y la moral de los sitiados…
Allá por el día 7, horas después de que el desertor Herrero advirtiera a voces desde la distancia, los filipinos realizaron un intento de quema de la iglesia. Afortunadamente, desde su puesto de guardia, el cazador Pedro Planas se percata del asunto y da voz de alarma. Los sitiados lograron repeler a los filipinos fingiendo una salida de ataque.
El día 12 se firmaba en Washington un alto el fuego garantizando que Manila quedaba en manos de Estados Unidos. El general norteamericano Wesley Merrit, que estaba a cargo de la toma de Manila ocultó los verdaderos planes de su Gobierno al líder del Katipunan, Emilio Aguinaldo, al asegurarle que Estados Unidos no tenía interés alguno en ocupar Filipinas para permanecer allí. El día 17, Villacorta abandonaba Baler y partía hacia Nueva Vizcaya con la mitad de sus tropas, dejando al mando al capitán Antonio Santos.
Una vez más, el día 20, los filipinos intentaban un nuevo parlamento con los españoles. Está vez trajeron a los frailes franciscanos Juan López y Felix Minaya para convencer a los españoles de la inutilidad de la defensa. La llegada de los frailes generó gran revuelo, ya que todos en el interior estaban ansiosos por tener noticias de fuera. El capitán De las Morenas, tras oír a los religiosos decidió permitirles quedarse en la iglesia ya que, realmente, estos no habían podido verificar que lo que les habían contado los filipinos fuese cierto.
Septiembre de 1898:
Los filipinos avanzaban rápidamente en la construcción de la trinchera complicando a cada momento la situación de los sitiados. El día 2, el cazador Gregorio Catalán se ofreció voluntario para salir y hacer algo al respecto. Gregorio se aventuró a salir de la iglesia de día, portando una caña con trapos empapados en petróleo y quemo el bahay (choza) de la Guardia Civil, mientras que el cazador Manuel Navarro salía por la zona suroeste para incendiar otros bahay.
El día 6, los insurrectos solicitaban de nuevo parlamento. Para convencer a los defensores de que depusieran las armas, en un acto de buena fe, los filipinos permitieron a los españoles que saliesen a recoger naranjas de los árboles cercanos a la iglesia. Los españoles no dudaron en recoger las naranjas, pero de rendirse nada.
Algunos soldados empezaban ya a mostrar signos de enfermedad y para colmo los sitiadores habían intensificado sus ataques. La intrusa, como el teniente Martín llamaba al beriberi había llegado y recorría de forma tenebrosa todo el destacamento, donde iba consumiendo poco a poco la vida de todo aquel que se cruzara en su camino, victima a víctima.
El día 25, el beriberi se cobraba su primera baja, el padre Gómez Carreño, lo que supuso un duro golpe entre los sitiados pues era muy querido y apreciado por todos.
El día 30, falleció otro soldado, Francisco Rovira, de disentería. Este mismo día recibirían un par de cartas que afirmaban que España había perdido Filipinas definitivamente, pero los oficiales no creían nada de lo que llegaba desde el exterior pues seguían desconfiando de los filipinos.